Arantxa Vazquez y Eli Etxeberria, integrantes de la Secretaría Feminista de LAB, han escrito sobre la brecha salarial y sobre el sistema que la habilita.
Cualquier plan para acabar con la brecha salarial de género que deje fuera el reconocimiento de todos los trabajos socialmente necesarios para el sostenimiento de la vida, no sólo no conseguirá acabar con la brecha salarial sino que la perpetuará. La brecha salarial de género está también cruzada por otras opresiones como el origen, la edad, la clase, la diversidad funcional… y seguir hablando de la brecha salarial como la diferencia entre lo que cobramos las mujeres* y hombres en general, sería como decir que todas las mujeres* y todos los hombres somos iguales, que nos encontramos en la misma situación y tenemos las mismas oportunidades. La realidad no es así.
Las migradas no se encuentran en los mismos sectores laborales que la población «autóctona». Las diversas funcionales tienen muchísimas dificultades para acceder a un empleo si no es «protegido» y demasiadas posibilidades de ser explotadas debido a su condición. Las mujeres mayores, que llevan toda la vida trabajando en los cuidados, entrando y saliendo de manera intermitente y en pésimas condiciones en el mercado laboral regulado, tampoco encuentran empleo y se ven abocadas a una precariedad indecente en el último tramo de sus vidas. A muchas mujeres, como a las trabajadoras sexuales, ni siquiera se les considera trabajadoras a pesar de hacer lo mismo que el resto; vender su trabajo a cambio de dinero para vivir.
Las brechas son tantas que, aún reconociendo su existencia, no se está explicando la magnitud del problema, que no es otro que la explotación salvaje, regulada y aceptada a través de leyes, decretos y normativas laborales de este sistema capitalista, heteropatriarcal, racista y capacitista que se defiende, para mantenerse, expulsando y aniquilando a cualquier sujeto que no resulte productivo según su concepto de productividad.
No nos vamos a engañar. Las brechas salariales no van a desaparecer, ni las de género, ni las de origen, ni las de clase, ni todas las anteriormente nombradas. No en este sistema. Porque este sistema no lo va a permitir. Porque este sistema funciona sobre esas bases: la explotación, la discriminación, el no reconocimiento de todo lo que sostiene la vida, el extractivismo, la necropolítica, el expolio, la defensa a ultranza de la propiedad privada y la usurpación de la ajena.
Cuando la gran mayoría de las mujeres tienen empleos precarios o trabajos no remunerados, centrar el tema de la brecha salarial en aumentar el número de mujeres directivas en las empresas y venderlo como un éxito es muy frívolo. ¡No queremos una igualdad por arriba!
Desligar la brecha salarial de la organización social de los cuidados como si éstos fueran algo que se hacen solos, es muy irresponsable. Seguir subcontratando los servicios de cuidados por parte de las administraciones públicas es perpetuar la brecha salarial y permitir que se sigan dando esas «salidas individuales» a problemas colectivos, manteniendo la explotación sistemática y estructural de un montón de mujeres que resuelven, en condiciones muy precarias, la sostenibilidad de la vida del resto. Porque no podemos negar que hay una desigualdad de clase, género y etnia del trabajo de cuidados.
Decía Amaia Pérez Orozco que queda bonito hablar de igualdad en el mercado laboral y no plantearse quién limpia el váter en casa. Lo mismo que queda muy bien hacer planes contra la brecha salarial sin tener en cuenta a quien realiza los cuidados a cambio de nada.
Quizás deberíamos empezar a hablar de brechas vitales más que de brechas salariales, de imposibilidad de proyectos de vidas vivibles en el capitalismo. Del no reconocimiento del capitalismo de la necesidad de los cuidados para sostener la vida. De las trampas del sistema para hacernos creer que sus soluciones parciales podrán alcanzarnos a todas y nos salvarán del sistema mismo, que se basa, hoy por hoy, en la explotación económica de las mujeres y, dentro de éstas, de las migradas con especial violencia.
¿Se puede hablar hoy en día de igualdad, de planes contra la brecha salarial y, a la vez, mantener a las trabajadoras de hogar en un régimen diferente? ¿O pensar que es normal que haya mujeres internas en los hogares realizando trabajos de cuidados 24 horas al días, a nuestra absoluta disposición? ¿O seguir reduciendo los presupuestos del servicio de ayuda a domicilio precarizando a miles de mujeres? ¿O apostar por una atención a las personas mayores basadas en ratios insuficientes, plantillas escasas y tiempos imposibles? ¿O seguir precarizando y negando la importancia de los trabajos de limpieza?
Pongamos la vida en el centro sí, empezando por visibilizar a quienes están sosteniendo esta vida, reconociendo, valorando y dignificando esos trabajos, depatriarcalizándolos, desgenerizándolos, desprivatizándolos y repartiéndolos socialmente de una manera justa.
Porque sí hay, tal y como gritamos, una alianza criminal entre patriarcado y capital. Tenemos el deber de romperla.
Kapitala hautsi, bizitzari eutsi!