El pasado 7 de octubre se celebró la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil. Los resultados dieron un 46,05% de los sufragios para el fascista Jair Bolsonaro y un 29,25% de los votos para el candidato del Partido de los Trabajadores (PT) Fernando Haddad. Si en la segunda vuelta Bolsonaro resultase vencedor, el país se vería abocado de nuevo a la oscuridad del fascismo.
No es demasiado atrevido decir que Jair Bolsonaro es un nostálgico de la dictadura que estuvo 20 años en el poder en Brasil. Entre otras cosas en una ocasión realizó unas declaraciones donde afirmaba que el error de la dictadura fue torturar en vez de matar. Pero no solo eso. El discurso racista, homófobo y violento es el pan de cada día en boca del candidato ultra-derechista.
En esta situación, lo que hay en juego no es decidir entre un candidato u otro sino la pugna entre la democracia y el fascismo. Si Jair Bolsonaro ganase las elecciones, una persona que se jacta de vulnerar los derechos humanos más elementales sería el nuevo presidente y eso sería dramático para Brasil.
Es por ello que es mucho lo que está en juego en Brasil el próximo 28 de octubre y hay que evitar, cueste lo cueste, que el fascista Bolsonaro llegue a la presidencia. Es el momento de que que se unan todas las fuerzas que apuestan por la democracia, por la justicia social y los derechos humanos más elementales, para acabar con el fascismo y abrir una nueva fase política que tenga unos nuevos mimbres.
En este sentido, valoramos positivamente la apuesta por la unidad y el trabajo en común realizado por el Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido Comunista de Brasil (PcdoB). Por encima de las diferencias, han buscado puntos de encuentro para presentar al pueblo brasileño un programa progresista que deje atrás a la derecha golpista y al fascismo.