Hoy me he encontrado con Maite como cada mañana, cuando salía de casa y me dirigía al trabajo. “¡Vaya fin de semana! La violencia machista ha asesinado a cinco mujeres en un único fin de semana. ¿Qué es lo que está pasando con esta sociedad?” No me ha dado oportunidad ni de contestar, anda con prisas como siempre. Antes de entrar al trabajo tiene que pasar por casa de sus padres, que son mayores y alguien tiene que atenderlos.
Caminando por la calle he visto a Mila barriendo de forma enérgica el portal que limpia todos los días. “¿Qué ta Mila?”. “Cansada, con ganas de jubilarme, pero como he trabajado a jornada parcial toda mi vida, me dicen que sí que tengo edad pero no las condiciones mínimas para recibir la prestación, ¡es la leche!”
A Eider le he enviado un mensaje para quedar el fin de semana, pero me ha contestdo que tiene que trabajar. En teoría tiene un contrato de cuatro horas los días laborarables, pero en el bar suele tener que meter ocho o nueve horas, incluidos los fines de semana.
He llegado al trabajo. No puedo quitarme de la cabeza a Maite, Mila, Eider y a las miles de mujeres como ellas. Mujeres que diariamente tienen que ocuparse de tareas de cuidado, mujeres que trabajan fuera del mercado regularizado sin ningún tipo de protección, mujeres que están condenadas a sufrir discriminación y precariedad en el mercado laboral regularizado…
La precariedad es una realidad que en los últimos años se ha extendido a toda la sociedad y a distintos sectores de trabajadoras y trabajadores, pero no es algo nuevo para las mujeres. Es un fenómeno que las mujeres sufrimos desde hace tiempo y este heho, nos lleva a relativizar lo que supone y a considerar normales estas situaciones. Nos lleva a normalizar lo que es anormal.
Aunque sea normal observar estas situaciones en nuestra vida diaria no es normal que las tareas del hogar y de cuidado sean sobre todo responsabilidad de las mujeres, o por lo menos, no debería serlo. Las mujeres dedicamos como media 3 horas y 33 minutos al día a las tareas del hogar y 4 horas y 15 minutos a las tareas de cuidados. Los hombres, por su parte, dedican 1 hora y 29 minutos al día a las primeras y 3 horas y 17 minutos a las segundas, respectivamente. Las medidas de conciliación que se plantean están dirigidas principalmente a las mujeres y que seamos nosotras las principales receptoras de estas medidas tampoco es normal (el 94,5% de personas que adoptan medidas de conciliación son mujeres).
Del mismo modo, el hecho de que las mujeres en el mercado laboral estemos trabajando con jornadas parciales (el 77,8% de trabajadores que trabajan a jornada parcial somos mujeres), estar obligadas a desempeñar varios trabajos de jornada parcial para poder llegar a fin de mes (en el caso de las mujeres la pobreza real se sitúa en un 6,1% y en el caso de los hombres en un 5,6%), que el contrato sea de jornada parcial pero que al final estemos obligadas a cumplir la jornada completa, cobrar menos que los hombres, cobrar salarios que no llegan a 1.200 euros, estar obligadas a trabajos que están fuera del mercado regular de trabajo… Todo esto no es normal.
Estas situaciones que sufrimos las mujeres no son normales. Es más, la precariedad que sufrimos las mujeres no es casualidad. Es una consecuencia directa de una estrategia bien diseñada por el sistema patriarcal. El sistema nos ha condenado a la precariedad, nos ha robado el derecho a nuestra soberanía económica, porque quiere que seamos seres subordinados. Quiere condicionar que podamos desarrollar nuestros proyectos de vida de una forma libre.
La mayoría de la gente relaciona la violencia sexisita con violencia física, psicológica o sexual, pero la violencia sexista va más allá. La violencia sexista tiene mil caras, y una de ellas es la precariedad que debemos sufrir las mujeres en el mercado laboral. Sí, la precariedad que sufrimos las mujeres también es violencia. Por lo tanto, las mujeres debemos ser protagonistas indispensables en esta lucha contra la precariedad. En el contexto del 25 de noviembre, Día Internacional Contra la Violencia Sexista, queremos recordar que, para las mujeres, la precariedad es violencia y salir de ella, nuestro derecho.
Por todo ello, Aiora, Jamila, Loli, Garazi, Aissa… cada vez son más las mujeres que tenemos claro que no vamos a aceptar situaciones así y que vamos a mostrar las diferentes caras de la violencia sexista y luchar contra ellas. Tenemos claro, del mismo modo, que debemos construir un nuevo modelo entre mujeres y hombres que no esté basado en la opresión de las mujeres.
Izaskun Garcia Bordagarai Secretaria de Transversales de LAB