No hay duda de que la contratación precaria se ha convertido en una constante de la cultura empresarial. De ahí el elevado grado de segmentación laboral existente en nuestro país, que hoy presenta una de las tasas de temporalidad (23,8%) más altas de la Unión Europea.
Asimismo, es importante recordar que cerca de 124.000 personas inscritas como paradas en los servicios públicos de empleo de Hego Euskal Herria no cobran ningún tipo de prestación por desempleo.
Precisamente, el incremento de la pobreza laboral y la creciente brecha social son algunas de las consecuencias más graves de nuestra realidad sociolaboral. Sin embargo, las exigencias de la patronal no tienen límite.
La cúpula de la CEOE, de la que son miembros tanto Confebask como la CEN, ha expuesto recientemente las claves de lo que debería ser una nueva y profunda reforma laboral. Estas son algunas de sus demandas: un nuevo contrato basura para la juventud, flexibilizar aún más la contratación temporal y a tiempo parcial, aumentar los requisitos para acceder a las prestaciones por desempleo, rebajar las cotizaciones sociales con el consiguiente agravamiento del desequilibrio financiero de la Seguridad Social, o reducir las garantías y derechos de la representación sindical en los centros de trabajo.
Y en estas circunstancias, un día sí y otro también, los dirigentes políticos más rancios se empeñan en repetir la eterna monserga de que “la mejor política social es la creación de empleo”. En todo caso, si esto fuera así deberíamos añadir que no hay peor política social que fomentar el empleo precario.